Históricamente los padres se han encomendado en la tarea y responsabilidad de guiar y “encauzar” a sus hijxs, intentando conducirlos a vivir realidades, vínculos, elecciones, lo más cercanas a “lo ideal” según sus mandatos recibidos, sus criterios y experiencias.

Bajo la preocupación de llevar a cabo la crianza y velando por proveer de respuestas a sus necesidades, proyectamos en ellos un ideal del ser, una manera de conseguir ser felices, estando movidos inconscientemente por el temor de que no alcancen dicha felicidad, de que se frustren y no logren sus metas, de que equivoquen el camino, de que les falte el sustento, de que escojan mal o no se esfuercen, etc.

Al mismo tiempo vamos construyendo unas creencias, a veces limitantes, pero que defendemos a ultranza en tanto nos han dado un resultado positivo, satisfacción, o una cierta funcionalidad. Y ese sistema de creencias nos da una base sobre la cual recorrer este camino tan desafiante como lo es la paternidad y maternidad.

El riesgo que se corre, y que muchas veces ocurre, es el de perder de vista al hijo o hija real, al de carne y hueso que tenemos ahí frente de nosotros. No el hijo que imaginamos, no el que queremos que sea, sino el que es.

Y esta hija/o real, a veces no condice con el niño/a ideal, proyectado o imaginado.

Dejamos de valorar quien es realmente, dejamos de percibir cuál es su gracia, su “vuelo”, sus sueños, e incluso sus preferencias. Nos perdemos de su riqueza como ser único. Dejamos de reconocer su esencia y sus características personales más singulares e intrínsecas. Coartamos un desarrollo posible, a cambio de uno creado y moldeado por nosotros sin darnos cuenta.

Los hijxs que crecen bajo la mirada de unos padres que ven a otro u otra en él o ella, lo hacen desarrollando una suerte de desapego hacia sus padres en algunos casos, creando una posición de autosuficiencia o autonomía prematura. Algunos otros sufren en un pseudosilencio, sintiendo en su fuero íntimo la herida de no ser vistos, reconocidos, y hasta el punto de sentirse inadecuados.

No hay como verlos desde el amor, conectarnos con ellos desde el sentir, dejar de verlos desde la hegemonía de la razón, darles la libertad de expresar lo que desean, lo que buscan, lo que les gusta y lo que no. Fomentar que exploren maneras creativas, que se animen a expresar sus anhelos más profundos.

La comunicación con los hijos es sustancial para intentar “leerlos” bien. Conocer acerca de sus intereses, sus juegos y juguetes favoritos, quiénes son sus amigos y amigas y qué les gusta de ellos, qué materias o disciplinas les llaman la atención, cuál es su película y libro favorito, qué es lo mejor y peor de su día, qué le gustaría que fuera distinto, sus preocupaciones, etc.

De este modo, viendo crecer al niño real, permitiéndole ser tal cual es, sin esperar algo distinto de lo que en realidad nos muestra, soltando las expectativas de futuro y confiando en ellos, es que habilitaremos a que se desarrollen en sus capacidades para plasmar lo más esencial y divino que parte desde su propia luz.

Psic. Verónica Torterolo